sábado, noviembre 11, 2006

La Riqueza de las Naciones


“Hubo una vez un caballero que leyó la Riqueza de las Naciones; no un resumen, ni un volumen de pasajes selectos, sino la Riqueza de las Naciones en sí. Empezó con la Introducción, leyó el famoso primer capítulo sobre la división del trabajo, los capítulos sobre el origen y los usos del dinero, los precios de las mercancías, los salarios del trabajo, las ganancias sobre el capital, la renta de la tierra, . . . , sin omitir la larga digresión sobre las fluctuaciones en el valor de la plata durante los últimos cuatro siglos, y los cuadros estadísticos al final. Habiendo completado el primer libro, siguió con el segundo, sin desanimarse por el hecho de que supuestamente contiene una errónea teoría del capital, y una insostenible distinción entre trabajo productivo e improductivo. En el Libro III encontró una historia del desarrollo económico en Europa desde la caída del Imperio Romano, con digresiones sobre diversas fases de la vida y civilización medievales. En el cuarto libro encontró extensos análisis y críticas de las políticas comerciales y coloniales de las naciones europeas, y toda una batería de argumentos en favor de la libertad comercial. Por último atacó el largo libro final sobre los ingresos del soberano. Aquí encontró materiales aún más diversos e inesperados: una explicación de los diferentes métodos de defensa y administración de justicia en sociedades primitivas, y sobre el origen y crecimiento de los ejércitos permanentes en Europa; una historia de la educación en la Edad Media y una crítica de las universidades del siglo XVIII; una historia del poder temporal de la iglesia, del crecimiento de las deudas públicas en las naciones modernas, del modo de elegir obispos en la iglesia antigua; reflexiones sobre las desventajas de la división del trabajo, y—el objetivo principal del libro—un examen de los principios de la tributación y de los sistemas de ingresos fiscales. El tiempo no nos alcanza para enumerar todo lo que encontró aquí antes de llegar por fin a los párrafos finales, escritos durante los inicios de la Revolución Norteamericana, relativos al deber de las colonias de contribuir a sufragar los gastos de la madre patria. Ahora bien, quizá he exagerado un tanto. Probablemente nunca existió ese caballero”.
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[(Morrow, G. R. “Adam Smith: Moralist and Philosopher,” Adam Smith, 1776-1926: Lectures [University of Chicago, 1928]: 156-57). Citado en: Cole, J. H. (1995) “Adam Smith: Economista y Filósofo”. Laissez-Faire, No. 2 (Marzo 1995): pp. 32-51 En página web]