miércoles, enero 10, 2007

La Era de las Manufacturas

Un hallazgo bibliográfico muy interesante en el desarrollo del trabajo sobre Industria ha sido la obra de la historiadora británica Maxine Berg, La era de las manufacturas, una de las obras fundamentales de mediado de los ochentas del debate sobre la industrialización y la proto-industria. Aquí reproduzco una parte de la Introducción, no tanto por su importancia a este debate, sino por en interés general que puede tener para esta asignatura. Aquí se enfoca la Revolución Industrial – el punto de referencia ineludible de la historia económica – no como algo estático y definitivo, sino como un tema de estudio muy debatido que refleja en cada momento historiográfico nuestras inquietudes y nuestras realidades actuales sobre la industria y la economía. Aquí – y a lo largo de su obra – Berg pone en relación las opiniones historiográficas con las demandas que la sociedad, a partir de su presente, hace en cada momento a los historiadores y economistas. Creo que esto es extrapolable a los demás temas de la historia económica – y, por qué no, a la historia en general –, que necesariamente está condicionada por el presente. Lo único seguro respecto a la Revolución Industrial es que nuestras visiones sobre ésta van a seguir cambiando en paralelo con las transformaciones de nuestra economía en el siglo XXI.


Berg, Maxine (1987).: La era de las manufacturas 1700-1820 : una nueva historia de la Revolución Industrial británica; Crítica; Barcelona, 378 págs. (e.o. London, 1985). [Una parte de esta obra está disponible online]

INTRODUCCIÓN

El termino «Revolución industrial» comporta una imagen de tecnología e industria renovadas. Sin embargo, una ojeada a la abundante serie de manuales sobre el tema nos permite comprobar que son escasos los que tratan concretamente la tecnología o la industria. Los historiadores de la economía han llevado bastante lejos las definiciones de sus «revoluciones industriales», apartándolas cada vez mas de la tecnología y la industria y enfatizando el fenómeno del crecimiento económico. Han concentrado su atención en los aspectos «macroeconómicos» de la Revolución industrial, prefiriendo escribir sobre las categorías económicas agregadas: modelos de crecimiento económico, formación del capital, demanda, distribución de las rentas y fluctuaciones económicas. Raramente han descompuesto la economía en otros sectores que no fueran la agricultura, la industria, el comercio y el transporte. Sus centres de interés han sido los de los economistas que escribieron en los años sesenta sobre desarrollo, crecimiento e inversión de capital. Más recientemente, los intereses de los historiadores de la economía han experimentado un viaje hacia planteamientos progresivamente mas cuantitativos de la Revolución industrial; pero al rehuir las temáticas carentes de fuentes estadísticas, considerándolas propias de la historia social, no han franqueado nunca los limites de los planteamientos macroeconómicos.

La década de los ochenta trajo consigo un clima económico diferente, que suscito nuevos temas de interés entre los economistas y el cuestionamiento de los resultados de las «vacas sagradas» del boom de la posguerra: grandes inversiones de capital, industria a gran escala, nueva tecnología, cambio estructural y rápido crecimiento eco­nómico. El interés se ha desplazado ahora hacia la estructura de la recesión mundial, las causas y características del desempleo y hacia las consecuencias sociales y económicas de la nueva tecnología y las nuevas pautas de organización del trabajo. Puede que, para muchos, las histories existentes sobre la Revolución industrial representen la historia de glorias pasadas, pero para muchos otros no logran plantear las cuestiones de interés fundamental. ¿Experimentaron todas las regiones del país un rápido crecimiento económico? ¿Hubo una división social significativa entre la población empleada y la desempleada, y qué se entendía por empleo? ¿Cómo se introdujeron las nuevas tecnologías y como reacciono la gente ante ellas? ¿Cómo se organizó la industria y cómo se estructuró el trabajo diario? Los his­toriadores sociales han abordado cuestiones semejantes recientemente, pero la Revolución industrial de los historiadores de la economía ha permanecido en definitiva intacta.

Todo esto debe resultar muy confuso para el lego en la materia, que se preguntara sin duda dónde debe, pues, buscarse el quid de la Revolución industrial: en las nuevas tecnologías, las nuevas industrias, o en los sistemas fabril y doméstico. La discusión de muchos de estos temas acecha en la mayoría de las obras recientes, pero los únicas intentos coherentes de abordarlos han sido los de Sidney Pollard en Genesis of Modern Management y David Landes en Unbound Prometheus. La maestría literaria, el poder interpretativo y el alcance de la obra de Landes no han sido superados, quizá porque la propia perfección del autor ha disuadido otros intentos de ampliar alguno de los temas que trata o de entrar en debate sobre sus análisis por parte de otros estudiosos. Pero también la Revolución industrial de Landes obedece a los tiempos en que se escribió la obra. La de Landes es una Revolución industrial apocalíptica; su visión de los procesos, cataclísmica. Encaja en los estudios contemporáneos sobre crecimiento económico; su interés en los logros de la fabrica y de las tecnologías basadas en la utilización de energía a gran escala confirmaba el beneplácito contemporáneo a la inversión del gran capital. La obra de Landes también comparte los intereses de los historiadores sociales de la época, que centraron el debate histórico en las quejas de los trabajadores de las fabricas y en el conflicto social de las décadas de 1830 y 1840.

En la década de 1960, Landes podía escribir que «los trabajado­res pobres, especialmente aquellos oprimidos y abrumados por la industria mecanizada, poco tenían que decir, excepto que no tenían la misma mentalidad». Hoy en día esto ya no es suficiente. Ahora nos preguntamos sobre las implicaciones sociales del cambio tecnológico, no solo de nuestra época, sino también del pasado. Se ha medido la magnitud del fracaso de nuestras propias industrias a gran escala y altamente capitalizadas, frente al resurgimiento de otras alternativas a menor escala. Y la rigidez y conflictividad industrial acarreadas por sistemas de administración organizados jerárquicamente, han inspirado nuevas tentativas en el ámbito de la producción cooperativa y la toma de decisiones.

El planteamiento de tales cuestiones sobre la época en que vivimos ha hecho necesaria una aproximación, microeconómica a la Revolución industrial: las formas de organización industrial no solamente en el sistema fabril, sino también en el sistema de putting-out, el artesanado, la subcontratación y organización minera; - las características de la fuerza de trabajo, formas de reclutamiento y aprendizaje industrial; y los tipos de tecnología —tanto tradicional como innovadora, tanto manual como energética, tanto a pequeña escala y transformaciones intermedias, como a gran escala—; y las diversas experiencias industriales y regionales —experiencias tanto de declive industrial como de crecimiento—. Estas cuestiones nos enfrentan a un estudio de la Revolución industrial con unas miras mucho mas amplias: debemos estudiar las controversias y conflictos que apuntala-ron el cambio, no solo sus resultados en los índices de crecimiento económico; y debemos estudiar tanto los fracasos como los éxitos, ya que también esto forma parte de la industrialización.

Nuestra propia experiencia europea occidental de crecimiento y recesión industrial, junto con el creciente desarrollo de las manufacturas en muchos países del Tercer Mundo, también ha contribuido al planteamiento de preguntas sobre el significado de la industrialización y las formas que ha tornado. Las viejas aspiraciones a fabricas a gran escala e intensamente capitalizadas y a la mecanización han cedido ante las nuevas tecnologías a pequeña escala, ante una nueva descentralización y una nueva «división internacional del trabajo», [Froebel, Heinrichs y Kreye, New international division of labour; Pearson, «Reflections on proto-industrialization»] y las posibilidades de crear «alternativas a la producción en serie». Observamos ahora la industrialización como un proceso cíclico mas que, como una progresión unidireccional, como un proceso a largo plazo mas que como un acontecimiento espectacular a corto plazo, como de carácter multidimensional mas que como un modelo único.

Antropólogos y economistas del desarrollo se han sentido atraídos de un modo particular en los últimos anos, no por las semejanzas entre la nueva manufactura del Tercer Mundo (especialmente aquella que se localiza en el llamado «sector informal») y la Revolución industrial a escala europea, sino por sus semejanzas con las condiciones preindustriales y los anos de transición previos a la Revolución industrial [Goody, From craft to industry; Schmitz, Manufacturing in the backyard; Pearson, «Reflections on proto-industrialization»]. Este interrogante histórico acerca del eventual desenlace de la «protoindustrialización», es decir, el desarrollo de la manufactura y el sistema de putting-out, subyace en las incertidumbres en torno al futuro de la industria a pequeña escala y de otras formas de manufactura en el Tercer Mundo de hoy, aunque el contexto mundial para tal manufactura sea muy diferente. […]

Mi interés por las primeras fases de la Revolución industrial en el largo camino de la industrialización y por cuestiones de tecnología, organización del trabajo y cambio socio-regional e institucional no es, sin embargo, un nuevo interés propio de nuestra época. T. S. Ashton, Paul Mantoux y Charles Wilson, que escribieron sobre la tota­lidad del siglo XVIII, se detuvieron en la vertiente tecnologica e industrial de la Revolution industrial, [Ashton, Economic history of England; Mantoux, Industrial Revolution in the eighteenth century; C. Wilson, England's apprenticeship] aunque fundamentaron su marco de análisis en una tradición más antigua, la cual se remontaba en primera instancia a los anos 1920 y 1930, y en un sentido mas amplio a los economistas historiadores y a los historiadores de la economía de los primeros anos del siglo XX.

La historia industrial fue por aquel entonces un terreno de controversia para socialistas y sus críticos; para los socialistas que estaban profundamente interesados en las formas de organización no capitalistas y en los orígenes del capitalismo y del trabajo asalariado. A. P. Usher concibió su monumental An Introduction to the Industrial History of England como respuesta al ascenso del socialismo en los anos posteriores a la primera guerra mundial. Iniciaba su obra con una critica a la historia económica socialista, en especial la del socialista alemán Rodbertus. El interés por la organización industrial era también uno de los aspectos de, por una parte, la interpretación economíaa de la historia y por otra de la economía histórica. Se intentó definir y analizar las formas de organización industrial: estructuras gremiales, manufactura doméstica o manufactura del cottage, y la producción fabril. Estas tentativas por encontrar sistemas históricos de la actividad económica pasaron de moda posteriormente, pero ejercieron no obstante una notable influencia en la intensa obra académica de los historiadores económicos desde la primera guerra mun­dial hasta los anos treinta. Estos últimos ahondaron en la historia industrial, prácticas de trabajo y tecnologías de la manufactura pre­industrial y de la incipiente Revolución industrial. [Usher, Industrial history of England; Unwin, Guilds and companies of London; W. Cunningham, Growth of English industry; Marshall, Industry and trade, Apendice B. Veanse Kadish, Oxford economists, y Maloney, «Matshall, Cunningham and the emerging economics professions», para un comentario de la escuela de economía histórica en Inglaterra. Vease Kriedte, Medick y Schlumbohm, Industrialization..., para un comentario de la escuela histórica y sus secuelas en el contexto general de Europa]

Existe por tanto una larga tradición dedicada específicamente al estudio de las estructuras, practicas laborales y fuerza de trabajo de las unidades de producción enmarcadas en el grupo domestico y del sistema de putting-out. Se situó con claridad la Revolución industrial y el sistema fabril en la perspectiva histórica de la prolongada génesis industrial. La investigación histórica sobre las diferentes modalidades manufactureras, de las condiciones de trabajo, de las características específicas del trabajo femenino e infantil, era parte integrante de la controversia acerca de las interpretaciones optimistas o pesimistas de la industrialización. Se comenta con frecuencia la respuesta optimista que Clapham diera a los Hammond. Se comenta menos la obra de un importante grupo de historiadoras de la época —Alice Clark, Ivy Pinchbeck y Dorothy George— donde se desmitificaba la edad de oro en la que supuestamente se inscribió la industria de los siglos XVII y XVIII, fundamentada sobre el sistema domestico y el trabajo de mujeres y niños por el que se regía esta industria. La presencia generalizada y el éxito relativo de la manufactura doméstica y de los talleres manufactureros en el siglo XVIII, así como su continuidad junto al sistema fabril hasta bien entrado el siglo XIX, fueron fruto de la explotación intensiva del trabajo, especialmente el de mujeres y niños, explotación por lo menos similar a la impuesta por el siste­ma fabril.

Hoy en día, la industria descentralizada a pequeña escala y las tecnologías de trabajo intensivo parecen ofrecer una esperanzadora alternativa a la fabrica y a la maquina, y es preciso replantearse, desde una perspectiva crítica e histórica equilibrada, las formas en que se pusieron en practica las diversas modalidades de tra­bajo y tecnología en el pasado. Lo pequeño era en ocasiones hermoso, pero era mas a menudo dependiente, opresivo y explotador. Ya que sistema fabril y sistema domestico, tecnologías energéticas y tareas manuales, artesanos y trabajo femenino y familiar eran elementos a los que se recurría como alternativas o en su conjunto, según la época y la industria, pero siempre en el seno de un sistema global de precios y beneficios.

Este libro es un reto al apego que sienten los historiadores económicos actuales por los años posteriores; a 1780, por la fábrica y la industria del algodón. Nos exige que reconsideremos los tipos de cambio acaecidos durante los primeros años del siglo XVIII y el contexto que permitió el surgimiento en este período de industrias en el ámbito del grupo domestico y de talleres industriales. Reclama un análisis minucioso de la dinámica económica, de las técnicas y las fuerzas de trabajo, de estas industrias del cottage y talleres industriales, y de las fabricas que crecieron en el seno de algunas de estas industrias, que no de todas. Exige, en definitiva, que consideremos la Revolución industrial como un fenómeno más complejo, plurifacético y vasto de lo que han supuesto recientemente los historiadores económicos.

Este libro suscita una serie de ámbitos de debate y de análisis, pero no proporciona en modo alguno la historia industrial que precisamos ahora. Es forzosamente selectivo, y trata en profundidad solamente algunas de las industrias textiles y algunas de las metalúrgicas. En cuanto a la historia de la manufactura, solo trata de las dos principales categorías de manufacturas de la época, sin atender a toda una serie de manufacturas menores pero de gran importancia. En tanto que estudio general, plantea mas incógnitas de las que resuelve; una de ellas, tratada solo a nivel muy superficial, se refiere al impacto sobre la mano de obra del siglo XVIII, así como la respuesta de ésta ante la introducción de nuevas Técnicas y practicas de trabajo. Nuestros conocimientos sobre este aspecto son todavía demasiado limitados. Hay muchas otras lagunas tanto en el planteamiento general como en la historia detallada del libro. Pero espero que ello promueva nuevas investigaciones y nuevas interpretaciones de la economía del siglo XVIII.